Fuente: www.apartmenttherapy.com |
Es el anglicismo de moda en el mundo digital. Una rápida
búsqueda en las noticias de Google arroja más de 60 millones de resultados y
titulares como estos: “Polémica ‘selfie’ con avión accidentado”, “Kim
Kardashian alborota la redes sociales con sensual selfie”, “Cuánto costó la selfie más famosa de la historia” (en referencia a la foto tomada por Bradley
Cooper, subida a Twitter por Ellen DeGeneres, retwitteada por millones
y…auspiciada por Samsung para promocionar su nuevo smartphone durante la noche
de los Oscar), “Selfie de Cristian Castro haciendo puchero causa furor en
Twitter” y así.
Las auto-fotos (así es su traducción correcta al español) se
multiplican a la velocidad de la luz en las redes sociales, con Instagram,
Twitter y Facebook a la cabeza. Esta práctica en la que personas individuales o
grupos (estas últimas denominadas “usfies”) se retratan en diferentes lugares y
situaciones, se ha vuelto masiva al compás de la evolución no sólo de las redes
sociales sino también de los smartphones, que cada vez otorgan mayor
importancia a sus sensores fotográficos y al desarrollo de aplicaciones con
herramientas de edición y efectos.
En Estados Unidos, la popularidad de las selfies comenzó en
2005 en My Space, la red social que cautivó a los adolescentes antes de la
aparición de Facebook en 2009. En Argentina, recordamos el fenómeno Flogger
allá por 2008, que tenía como una de sus prácticas predilectas la publicación
de auto-fotos en la red social Fotolog.
Un subgénero del autorretrato
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Claro que las selfies no son un género nuevo dentro de la fotografía. El autorretrato fotográfico lleva documentada una larga historia, desde los primeros daguerrotipos en 1839 hasta la actualidad. (Para una génesis detallada del autorretrato como práctica pictórica y fotográfica, recomiendo este artículo).
Toda selfie es –en esencia- una variante del autorretrato, aunque con ciertas características propias. A saber:
En las selfies, la persona que toma la fotografía está
sosteniendo su celular o cámara con el visor apuntando hacia sí mismo, o bien,
delante de un espejo o superficie reflejante. El artefacto que logra la foto
está a la vista. No hay intento alguno por ocultar el artificio: es como una
marioneta a la que se le ven los hilos.
Justamente en esa acción intencionalmente visible de “tomar
la fotografía”, reside una de sus particularidades: la pretensión de
instantaneidad. Las auto-fotos son la representación del ahora, un destello del
momento presente, un acto espontáneo y casual. Una selfie no pretende más que
dar cuenta de un instante en tiempo real -y de la presencia allí del sujeto,
simultáneamente fotógrafo y fotografiado-. Una suerte de testimonio: “yo estuve
aquí”-. Y bastante de narcisismo: “mirame”.
El otro punto que caracteriza a las selfies es su publicación en plataformas digitales. El propósito de la
fotografía es compartirla: una selfie es cuando es publicada (en Instagram,
Twitter, Facebook). Y no sólo cuando es publicada, sino cuando es vista por otros,
cuando recibe aprobación a través de los indicadores de popularidad
contemporáneos que son los likes, comentarios, retweets.
En la Red, somos porque somos visibles. Como en el axioma
del filósofo irlandés George Berkeley, “Esse est percipi” (ser es ser
percibido), la percepción del otro nos vuelve reales.
Qué ves cuando me ves
El mundo digital ha sido (y es) un gran democratizador.
Aquello que en 2005 empezamos a llamar web 2.0, abrió las puertas a la
participación de los usuarios en la producción, publicación y difusión de sus
propios contenidos. Desde entonces, los registros de la cotidianidad de
cualquier mortal se han convertido en potenciales narrativas. Y la web, en una
gran vidriera.
En su libro “La intimidad como espectáculo”, la antropóloga
Paula Sibilia examina diferentes expresiones de la escritura y el arte que se
encuadran dentro de los géneros autobiográficos, con el propósito de comprender
las motivaciones detrás de la exhibición de la vida privada en diferentes
escenarios contemporáneos. Acerca de la fotografía y su difusión en la Red,
dice:
“la cámara permite documentar la propia vida: registra la vida siendo vivida y la experiencia de verse viviendo”.
Verse viviendo.
Como si uno fuera otro.
Algo de eso hay, también, en el fenómeno de las selfies: la
proyección de una imagen del Yo que se desea que otros vean. Un Yo que -explica
Sibilia- se presenta al mismo tiempo como autor, personaje y narrador de su
propia vida. Que se construye, legitima y reafirma en cada fotografía, en lo
que cada uno elige mostrar de sí mismo.
En posts, estados de FB, 140 caracteres, fotografías o
videos, nos hemos acostumbrado a relatar nuestras alegrías, miserias y
trivialidades en una suerte de autobiografía in-progress. Sabemos -de otro modo
no lo haríamos- que ahí, en eso tan abstracto que es “la-web”, alguien siempre
nos escucha, nos responde, nos hace saber su aprobación. Y nos reconforta que
así sea.
Al mismo tiempo, nos hemos vuelto consumidores de las
publicaciones ajenas: seguimos los
últimos enredos de la farándula local (ahora a través de sus propios tweets),
observamos las andanzas sentimentales de seres anónimos o las fotos publicadas
por antiguos compañeros del secundario. Somos, para ellos, ese “alguien” que
los escucha, les responde, les brinda su aprobación.
Nada nuevo bajo el sol: siempre nos gustaron las historias.
Sólo que ahora -parece ser- las preferimos más cercanas, reales, verosímiles. Y
en la pantalla de nuestro celular.
Las selfies satisfacen ese deseo: nos muestran personas de
verdad, instantes, fragmentos de vida cotidiana.
Para vernos viviendo.
Como si fuéramos otros.
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